El Descenso de La Tierra del Aliento Frío
- Felipe Londoño
- 14 feb
- 2 Min. de lectura

Sadigua dejó atrás el frío intenso de las alturas, descendiendo por senderos húmedos y estrechos donde la niebla comenzaba a disiparse. Con cada paso, el aire se volvía más cálido, y la brisa, antes gélida, ahora era fresca, cargada de aromas que hablaban de flores abiertas.
La vegetación cambiaba: los Coisa seguían presentes, pero más dispersos, mientras pequeños árboles comenzaban a aparecer, alzándose tímidamente hacia el cielo como exploradores del bosque que se anunciaba más abajo. Sadigua sintió que este sería un viaje entre lo austero y lo abundante.
A medida que descendía, todo a su alrededor parecía lleno de movimiento. Sus pies crujían sobre hojas secas y pequeños frutos caídos, mientras los musgos extendían un manto verde brillante sobre las rocas y el suelo. Los riachuelos serpenteaban entre arbustos, cantando melodías que se unían al susurro del viento y al canto de las aves.
En un momento de descanso, observó un árbol cargado de frutos amarillos. Recordó cómo los Muiscas recolectaban esos frutos para ofrendas sagradas y, con una sonrisa, tomó unos cuantos, llevándolos a sus labios como un gesto de gratitud hacia el lugar que ahora lo acogía. Al levantar la vista, vio una pequeña comadreja de nariz larga y cola rayada escabullirse entre las ramas, un recordatorio de que este lugar era un refugio para la vida, un espacio donde todo parecía prepararse para algo más grande.
Una mañana, mientras descansaba bajo la sombra de un arbusto en flor, observó una bandada de colibríes danzar alrededor de las flores. Sus movimientos eran rápidos y vibrantes, como si el aire mismo se llenara de color y energía. Fue entonces cuando entendió:
“Aquí se encuentra la montaña con la abundancia; este es el preludio de lo que viene. Aquí, la vida comienza a mostrarse en toda su creatividad.”
Y continuó su descenso. Este bosque de arbustos lo recibía con brazos abiertos, y cada paso lo conectaba más profundamente con el flujo del agua y con la promesa de que, como el río, él también estaba destinado a encontrar su camino.
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