top of page
Buscar

El Libro del Agua

  • Foto del escritor: Felipe Londoño
    Felipe Londoño
  • hace 1 día
  • 4 Min. de lectura


El conocimiento que respira la montaña


En el corazón del altiplano cundiboyacense, entre montañas que susurraban historias antiguas y ríos que cargaban los ecos de generaciones pasadas, los Muiscas habían tejido un conocimiento profundo sobre la vida y la naturaleza. Esta sabiduría no era obra de individuos aislados ni de mentes curiosas que buscaban entender el mundo por simple deseo de saber; era el resultado de siglos de observación, de aprendizaje paciente y de una comunión inquebrantable con el entorno. Para ellos, la ciencia no se separaba de lo sagrado, porque cada planta, cada piedra y cada soplo del viento tenía un espíritu que hablaba a quienes supieran escuchar.


A diferencia de los europeos, que buscaban catalogar y nombrar cada cosa como si el universo pudiera encajar en listas y descripciones frías, los Muiscas entendían el mundo como un entramado vivo, en el que el conocimiento debía mantenerse en equilibrio, en constante reciprocidad con la naturaleza. Por eso, su saber no se guardaba en libros ni en archivos polvorientos, sino en la memoria de aquellos que habían sido entrenados desde la infancia para portar el conocimiento.


El pueblo tenía su propia jerarquía de sabedores, una estructura precisa que aseguraba que cada fragmento de la sabiduría ancestral fuera transmitido en su totalidad. No había títulos ni diplomas, pero sí un riguroso sistema de enseñanza en el que cada aprendiz debía probar su disciplina y entrega antes de recibir el honor de llamarse sabedor.


Los Cucacui eran los guardianes de la tierra. Su conocimiento estaba ligado a los ciclos de la luna y del sol, a las montañas y a los valles. Ellos sabían leer la piel del paisaje y determinar cuándo era el momento justo para sembrar, cuándo la naturaleza estaba en equilibrio y cuándo se requerían rituales para restaurarlo. Su palabra era escuchada con reverencia, pues su conexión con la tierra era sagrada.


Los Chyquy, en cambio, eran los guardianes de los elementos. Conocían los secretos del fuego y su uso en las ceremonias; entendían el aire y su influencia en los tiempos de cosecha; sabían interpretar el agua que corría por los ríos y la tierra que lo sostenía todo. Eran quienes equilibraban la fuerza de los elementos, asegurándose de que cada uno cumpliera su propósito en la vida del pueblo.


Entre ellos estaban también las Tymys, sacerdotisas de sabiduría que hablaban con el espíritu de las plantas y entendían sus secretos más allá de la simple utilidad medicinal. Se decía que podían sentir la energía de una hoja antes de siquiera tocarla, y que su intuición les permitía distinguir si una enfermedad venía del cuerpo o del alma. Eran la última autoridad en asuntos espirituales y su voz nunca se cuestionaba.


Los Tegua, caminantes del bosque, recorrían el territorio con ojos atentos y una memoria infalible. No solo reconocían cada planta por sus hojas, su tallo o su fruto, sino que también sabían su historia, su relación con otras especies y su lugar en el equilibrio de la vida. Para ellos, una planta no era solo una medicina: era un ser con una voluntad propia que debía respetarse.


El conocimiento de los Tegualá, en cambio, estaba en la transformación. Ellos eran los alquimistas, los que sabían extraer el alma de cada planta y convertirla en remedios que curaban dolencias del cuerpo y del espíritu. Su trabajo no se limitaba a mezclar ingredientes; requería de una comprensión profunda de los tiempos, las combinaciones y los rituales necesarios para que cada medicina fuera efectiva.


Las Uyza, por su parte, eran mucho más que simples cocineras. Su papel era sagrado, pues la alimentación era la base de la vida y del equilibrio. Sabían cómo combinar los ingredientes para fortalecer el cuerpo y cómo preparar los alimentos en armonía con la energía de quienes los consumían. Para ellas, cada semilla guardaba un misterio, cada cocción un propósito.


Los Suati eran los monitores, aquellos que guiaban a los más jóvenes en su camino de aprendizaje. Contaban historias antiguas bajo la sombra de los árboles, relataban los mitos de los ancestros y enseñaban a los aprendices a escuchar la voz de la naturaleza. Los jóvenes que aún no habían sido iniciados en un rol específico se llamaban Fura y Nyqui, nombres que indicaban que estaban en la senda del aprendizaje.


Este conocimiento, construido sobre siglos de observación y experiencia, no era una acumulación de datos desconectados, sino un saber vivo, en constante cambio y adaptación. Para los Muiscas, las plantas no eran simplemente objetos que se podían recolectar y clasificar. Cada especie tenía su propio espíritu, su propia historia y su propio propósito en el mundo. No bastaba con saber qué planta podía curar una enfermedad; era necesario conocer el momento exacto en el que debía cosecharse, el lugar donde crecía con mayor fuerza y la ofrenda que debía hacerse para pedir su permiso.

Pero este equilibrio comenzó a desmoronarse con la llegada de los extranjeros. Con su obsesión por clasificar y nombrar todo según su propio entendimiento, los europeos despojaron a las plantas de su identidad sagrada y las convirtieron en simples objetos de estudio. En los registros de la Expedición Botánica, muchas especies aparecieron con nombres nuevos, arbitrarios, que no reflejaban su verdadero significado. Los saberes de los Cucacui, Chyquy, Tymys, Teguas, Tegualá, Uyza y Suati fueron tomados, transformados y despojados de su esencia. En las páginas de los libros, las plantas dejaron de ser seres vivos con historia y se convirtieron en meras ilustraciones, en listas de nombres fríos e impersonales.


A pesar de esto, los abuelos muiscas aún recuerdan. Sus voces susurran lo que la historia oficial ha querido olvidar, y en sus relatos, la verdad sigue viva. Y en la cueva, donde la montaña respira, ese conocimiento sigue latiendo. Allá, en la penumbra de la piedra, donde el rí­o truena con la memoria de los tiempos, comienza el viaje

 
 
 
BTS - logos - W.png

Carrera 10 # 85-47 , Bogotá, Colombia​
info@backtospirit.world+557 301 2145153

Regístrate para recibir actualizaciones e información

Únete a nuestro viaje

  • X
bottom of page