El Oro Vivo

Mientras recorría los campos, observó con admiración cómo los Muiscas habían integrado el maíz en su intrincado sistema de canales y terrazas. El agua fluía con precisión, nutriendo cada planta y asegurando que, incluso en las sequías, la tierra permaneciera fértil. Este sistema, que combinaba sabiduría ancestral y un profundo respeto por la naturaleza, no era solo una proeza de ingeniería, sino un testimonio del ingenio humano cuando se trabaja en armonía con el entorno.

Fascinado, se unió al trabajo en los campos. Aprendió cómo el maíz crecía fuerte gracias al equilibrio perfecto entre el agua, la tierra y el cuidado humano. Mientras sus manos tocaban la tierra húmeda y observaba el flujo del agua alimentando cada raíz, sintió el peso de una verdad sencilla pero profunda: el maíz no era solo alimento; era un pacto sagrado de reciprocidad con la tierra, un acto de dar y recibir en equilibrio.

Con voz tranquila, compartió sus pensamientos con los Muiscas:


“Este oro vivo no debe quedarse aquí,” les dijo, sosteniendo una mazorca entre sus manos. “Debe ser llevado donde se necesite. Su conocimiento es más valioso que cualquier riqueza. En cada grano está el poder de sostener la vida, de conectar generaciones y de recordar que la tierra nos da todo cuando la cuidamos.”

“

Sabana dorada,

agua y cielo enamorados,

vida que florece.

”